La frustración es un estado que se produce en el deportista cuando los resultados de la ejecución quedan por debajo de lo esperado. Es decir, cuando no se cumplen los objetivos deportivos propuestos.
Está demostrado que el fracaso constituye un importante stressor para el deportista. Según Goschek, V., 1983, “el fracaso en la ejecución de la actividad deportiva representa en sí mismo una carga psíquica que puede considerarse stress. En el deporte, los problemas relacionados con … la frecuencia de resultados infructuosos … juegan un rol fundamental”
El fracaso en el deporte
El modo en que se vive el fracaso en el deporte, está relacionado con la autoestima general de la personalidad (frustración general) o con el incumplimiento de propósitos concretos, insertos en un proyecto de acción más abarcador (frustración parcial).
En el primer caso, el fracaso tiene un grado de generalización amplio, relativo a la calidad deportiva que el sujeto se atribuye, a cualidades generales como el valor, la capacidad para triunfar en un deporte concreto, etc. La frustración general conmociona la personalidad y puede provocar respuestas de amplio alcance para la seguridad en sí mismo y para la propia vida deportiva.
Las frustraciones parciales, por su parte, están relacionadas con acciones malogradas, imperfectas o insuficientes que, a juicio del deportista, comprometen la ejecución final o el éxito competitivo. Estas tienen un carácter temporal estrecho y están sujetas al vertiginoso curso de la actividad deportiva.
Se trata de frustraciones relativas a medios para alcanzar fines más determinantes y a metas que constituyen fases o submetas de otras más amplias.
En una modalidad que se compita por intentos, por ejemplo, alguno de ellos puede resultar malogrado y el deportista ver amenazado su rendimiento final en la competencia. Un lanzamiento pobre o no válido, un clavado de muy baja puntuación o un disparo de poco valor, ponen a los deportistas en malas condiciones para aspirar a la victoria al final de la jornada.
Después de un intento fallido, disminuyen las probabilidades de lograr un rendimiento máximo y queda un saldo psicológico negativo que deviene vector de oposición al desempeño. La posibilidad de imponer una actitud optimista y persistente se hace más difícil y depende mucho de la personalidad del deportista.
También pueden ocurrir frustraciones parciales dentro de una misma acción, lo que traslada el problema a un ámbito de mayor especificidad que, lamentablemente, escapa a la consideración de muchos colegas.
Veamos un ejemplo inspirado en un caso real. Un triplista viene realizando una excelente carrera de impulso y le pasa por la mente, en un instante, que tiene la posibilidad de lograr un gran salto. Esta idea ejerce un efecto multiplicador en su motivación y sus esfuerzos.
En la fase de vuelo, sin embargo, su pierna de péndulo queda un poco baja, introduciendo con ello un vector parásito o inútil en el campo físico de fuerzas que entran en juego. El atleta se percata de ese detalle y se siente tempranamente frustrado por “echar a perder” tan prometedora carrera de impulso.
Este saltador tiene dos opciones de reacción inmediata: 1) hacer caso omiso al infortunado detalle e insistir para que compensar lo que pueda haber perdido, o 2) molestarse con su pierna de péndulo, lamentarse por no haber podido aprovechar la magnífica carrera que traía y abortar el intento, descuidando el resto de los movimientos.
En el primer caso, el atleta muestra alta tolerancia a los fracasos parciales y puede llegar a ganar la competencia con ese intento, aunque no le sirva para romper su propio récord. En el segundo, su baja tolerancia lo condena a perderlo por completo.
Tolerancia al Fracaso
Cuando el deportista adopta como norma la respuesta de insistencia y compensación de la acción errática (alta tolerancia a las frustraciones parciales) los éxitos suelen sorprenderlo, ya que la magnitud de los presuntos errores tienden a sobreestimarse y la persistencia conduce al éxito inicialmente calculado o a un desempeño cercano a él.
Por otra parte, con la adopción sistemática de esta variante, se refuerza una respuesta condicionada anabólica que garantiza un rendimiento mínimo y estable. El sujeto se acostumbra a luchar siempre hasta el final.
Por el contrario, la cesación prematura de la lucha cuando las cosas no salen de manera perfecta, conduce al lamentable desaprovechamiento de buenas condiciones de acción, equivocadamente valoradas como erráticas. Tal desatino provoca también respuestas inhibitorias condicionadas, que frecuentemente traicionan al atleta aún cuando no albergue intenciones de abortar el movimiento.
Las respuestas que las frustraciones generales y parciales provocan en los deportistas, constituyen importantes objetos de estudio para entrenadores y psicólogos del deporte.