Adolescencia, el período del revuelo.

La adolescencia puede suponer un periodo de enorme revuelo en las familias. En algunos casos, implica un punto de inflexión por su especial repercusión en el funcionamiento familiar. Las relaciones familiares necesitan ajustarse para dar cabida a las necesidades particulares del desarrollo adolescente. Como figuras cuidadoras, entender las particularidades de esta etapa, puede ayudarnos a tomar las decisiones adecuadas para que suponga una saludable transición hacia la vida adulta.

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Algunas características de la Pubertad en la Adolescencia:

  • Aparecen los cambios corporales y primeras experiencias y desengaños amorosos.
  • Las tormentas emocionales derivadas del aumento de secreciones hormonales que orientan la afectividad hacia el grupo de semejantes y del sexo contrario.
  • Los progresos cognitivos en la adolescencia, que permiten las primeras formas de razonamiento abstracto y, por lo tanto, la posibilidad de representarse una realidad distinta a la vivida, de emprender críticas y desacuerdos, discusiones a la experiencia cotidiana.
  • Reciben presiones del mundo adulto, llenas de mensajes ambivalentes “mayores para unas cosas y para otras no”.
  • En unos momentos parecen no necesitar a las figuras de apego e incluso desear que éstas estén lejos; en otros vuelven a necesitarlas de un modo infantil.
  • Comienzan a plantearse y cuestionarse quiénes son y quienes quieren ser.
  • Los amigos y amigas en la adolescencia, pasan a ser una fuente primordial de influencia y apoyo.
  • Necesitan sentir que pertenecen y son aceptados por otro grupo, además del núcleo familiar.
  • Las normas familiares, que hasta ese momento funcionaban, pueden ser discutidas por los y las adolescentes en la búsqueda de unas más flexibles en donde se vean reforzados en su identidad e independencia.
  • Las etiquetas y las críticas “destructivas” que reciban en la adolescencia, les afectan como una profecía, pudiendo ajustarse perfectamente a las expectativas negativas que tengamos sobre su comportamiento y futuro.
  • Puede parecer que no les influye lo que les digamos, sin embargo es una etapa de enorme susceptibilidad.
  • Los problemas conyugales, los trastornos físicos o emocionales paternos, la madurez emocional de los padres, los estilos educativos excesivamente rígidos o, por el contrario, excesivamente permisivos (carentes de límites), los problemas económicos familiares, problemas con su grupo de iguales, etc…son algunos ejemplos de situaciones que pueden ocasionar reacciones de rebeldía y un comportamiento inadecuado.

Pautas Familiares:

  1. Mayor negociación de las normas: flexibilizar no implica perder autoridad positiva, ni conceder todo lo que proponen, si no ajustarse a la situación y necesidades, buscando alternativas que den cabida a las suyas y a las nuestras, sin perder los valores de cuidado y protección.
  2. Fomentar autonomía y evitar la sobreprotección: enseñar “cómo”, “acompañarles”durante el aprendizaje y “delegar” la responsabilidad. Ante las dificultades, es importante que sugieran sus propias soluciones. La sobreprotección obstaculiza su desarrollo porque no permitimos que experimenten y practiquen sus capacidades y habilidades.
  3. El poder de las expectativas positivas: evitar “etiquetas negativas”(mal@, vag@, inútil…). “Creer que pueden”.
  4. Cambiar nuestro foco de atención hacia lo positivo: lo que “si” hacen, se les da “mejor” o “va bien”.
  5. Emplear el “refuerzo social” antes que cualquier otro refuerzo: reconocer sus méritos y logros refuerza su autoestima. Mucho cuidado con los refuerzos inmediatos de carácter material, no emplearlos como primer recurso, dosificar.
  6. Normalizar y explicar los cambios corporales: evitar los “comentarios juiciosos” sobre su aspecto físico, sobre todo los negativos, dando prioridad a cualidades y capacidades personales positivas.
  7. Enseñarles a tolerar la frustración: los errores son “positivos y necesarios” en cualquier proceso de aprendizaje. Mostrarles que la “inmediatez” no es lo más habitual.
  8. Enseñarles a gestionar sus emociones: no hay emociones “buenas o malas”, todas son humanas. Escuchar sus sentimientos, normalizarlos, aceptarlos aunque no los compartamos y elaborar conjuntamente alternativas para manejarlos.
  9. Fomentar su identidad: interesarnos por sus gustos e inquietudes, sin intentar imponer los nuestros. “La diferencia suma”. Respetar sus opiniones, no infravalorarlas porque estemos en discordancia con ellas.
  10. Mostrar incondicionalidad y disponibilidad, como figuras de apego, para reforzar sentimientos de seguridad que faciliten abrirse a las relaciones sociales.
  11. Respetar su intimidad: mostrar confianza y disponibilidad facilitará su apertura en caso de que necesiten nuestra ayuda o apoyo.
  12. Fomentar las relaciones con su entorno es una preparación fundamental para lo que será su vida adulta. El hecho de que, cada vez más, quieran pasar tiempo con otras personas, no significa que dejen de querernos.
  13. Dar respuesta a sus preguntas: no tener miedo a hablar de cuestiones relacionadas con su “sexualidad”, “consumo de sustancias”… Informar, NO amenazar.
  14. Adaptar y flexibilizar las rutinas para incorporar el repentino e importante peso que también tendrán el “grupo de iguales”.
  15. Prestar atención tanto a su comportamiento como al nuestro, pese a lo llamativa o escandalosa que pueda ser su conducta, con la intención de evitar “chivos expiatorios” de situaciones familiares, en ocasiones, complejas.