Desde una aspecto ideal un buen deportista debería brindar un servicio para la sociedad y para el mundo ya que el deporte en su estado puro, solo habla de beneficios. Este aspecto es también valido para los deportes individuales ya que el beneficio que este produce en quién lo realiza actúa en forma directa sobre su medio. Por otro lado mucho de los valores que poseemos podrían ser sostenidos aunque sea en forma parcial por la estructura deportiva, ya que ésta actúa como un positivo co-educador.
Aún después del mal llamado fracaso deportivo se pueden aprender muchas cosas. Este concepto de fracaso mucho tiene que ver con la estructura social “culpógena” que no le admite al denominado perdedor la caída de las ilusiones e idealizaciones que fueron puestas sobre él o sobre su equipo. Estas en la mayoría de los casos representan al deseo de grupos de personas que frente a su propia imposibilidad de realizar tales deportes, anhelan que el jugador o el equipo cumplan con sus anhelos. El juicio y la crítica en los casos de ”pérdida” son tan implacables como injustos.
A nuestro juicio el fracaso debería denominarse “frustración temporal” o bien “pérdida momentánea”, así como la crítica despiadada debería dar lugar a una actitud reflexiva aquella que a veces se genera cuando perdernos algo valioso de orden particular.
Pero ocurre que esta identificación con nuestros ídolos es tan fuerte y tan poderosa que hasta hablamos en plural, no perdió ni ganó el equipo, sino que “perdimos” o “ganamos”. Este es un valioso aunque peligroso factor inherente al acto deportivo.
Por supuesto que el deseo humano es tan poderoso y consistente que ante una pérdida del partido reaccionamos “a posteriori” con un “la próxima vez ganamos”, “seguro”. Pero hasta que ese mañana no llegue ocurren otras muchas cosas, la decepción, la tristeza, “la bronca”, el enemigo, la violencia, el mal humor, etc.
Es de este modo como el deporte influye tanto positivamente como negativamente dentro del núcleo de la sociedad y es por esta influencia que es tan importante sea tratado en profundidad por las ciencias sociales.
Un síntoma de mala salud social es la ausencia de deportes en su seno. Todas las sociedades así lo tienen entendido y la muestra en los actuales tiempos es ya una muestra clásica de que el deporte es en la sociedad un termómetro calificado. En nuestro país a pesar de los múltiples inconvenientes por los que atraviesa, cuando gana Gabriela Sabatini, ganamos todos, gana la Argentina. Hasta tal punto es el grado de identificación masiva que se produce frente al éxito del deportista nacional y propio hasta el punto de nombrarlo por apelativos familiares como Gaby o Diego.
Son pocos los países cuyas comunidades no practique algún tipo de deporte. El beneficio del deporte es de una histórica evidencia, motivo por el cuál lo encontramos aún en las civilizaciones más antiguas. Pero, ha sido posible constatar que, si los países mantienen poco o ningún tipo de deporte, su canal saludable es la más de las veces las fiestas religiosas o conmemoraciones civiles con todo el profundo significado que éstas poseen en el mantenimiento de la estructura social. Y cuántas ha podido verificarse el orígen tanto religioso, como mitológico, como histórico de un deporte?
Será por ésto que el deporte cala tan profundo en el psiquísmo emocional de la sociedades?
Este aspecto emocional es claramente observable tanto en la juventud como en las personas maduras y aún en muchos ancianos, así también como en paralelo lo es, en los pueblos mas antiguos, en los modernos y aún en los contemporáneos. La persistencia de estos sentimientos probablemente esté relacionada con la profundidad de los aspectos que convoca los que de hecho pertenecen a la naturaleza humana en toda su extensión.
Por sí mismas, las actividades deportivas en forma controlada y orientada pueden ser practicadas desde la más tierna infancia hasta épocas muy avanzadas de los seres humanos, permitiendo en estos últimos una saludable vivencia de juventud que coincide con sus naturales y consecuentes beneficios físicos, psíquicos y sociales que el deporte genera en todos aquellos que lo practican en forma sistemática y progresiva. Que el deporte atrasa la senilidad que sobreviene a toda la humanidad como consecuencia del inflexible devenir de la vida es un hecho constatable en la experiencia inmediata. Un anciano que pueda auto satisfacerse no goza de un mayor reconocimiento que aquel que lamentablemente debe ser cuidado en los “detalles” de la Vejez? Además de este aspecto singular y específico, el deporte mejora profundamente la calidad de la vida de todos los atletas.
Podríase pensar al deporte entonces como un “producto bruto nacional” que hace al Bien Común.